Por: Luis Adolfo Payares Altamiranda

«La realidad se envuelve con la imaginación y los acontecimientos reales parecen sacados de una página olvidada de nuestra historia.»

Eran las tres de la tarde de la Cartagena de los 60, una especie de vaho caliente se paseaba por los pavimentos deslucidos del barrio Torices. El barrio donde han nacido más peloteros que en cualquier barrio de Cartagena, dice el sociólogo y humanista Juancho Hernández Biznaga, quien partió muy pequeño de este barrio, porque una bola de «espoldin» le pegó en la cara, y no tuvo el valor de enfrentar semejante deshonra, cuando era obligación coger un bate y una manilla en este barrio, en los años 50 y 60. Juancho ahora vive en Holanda, donde da clases de inglés y español, en una prestigiosa universidad.

Su primo Juan Pérez Pupo, fue un gran jugador de pelota, en los campos del papayal, y de la Salle, fue reconocido como uno de los grandes jonroneros de la época. Cuentan que su muñeca parecía un tubo de 8 pulgadas, porque en las horas de la mañana se desempeñaba como cotero y ayudante de los camiones que bajaban el carbón en el antiguo mercado de Getsemaní.

Juancho como le decían, era un hombre tosco, de poca educación, lo único bueno que hacía en su vida, dice su primo, era jugar béisbol y ser uno de los coteros con más fuerza en el mercado público. Era tanta su fuerza que podía ponerse una bolsa de cemento de 50Kls en cada hombro y correr más de 100 mts planos. Ese era su ejercicio diario, donde llamaba a todos sus amigos y los desafiaba a que hicieran lo mismo, pero nadie se atrevía ante la fuerza animal del gran Juancho “Cote”. Si, así también lo llamaban Juancho “Cote”, por ser “cotero” en el mercado y también se desempeñaba en oficios varios en sus pocos ratos libres.

Un día llegó al mercado un gringo, con una estatura de casi dos metros, el sujeto, según los que todavía recuerdan, de acuerdo a la oralidad del barrio, y de los ancianos que todavía están en el populoso sector, tenía una gran fuerza, hacía parte de un circo y que, por mera casualidad, el barco donde navegaba, estaba siendo reparado en los astilleros de CONASTIL. El tipo pelirrojo, y con una piel rojiza, se ufanaba de haber sido luchador, peleador callejero, y durante varios años había estado trabajando para un circo panameño, que, por cosas de la vida, y del destino, había sido estropeado por las mareas altas en las costas colombianas, y tuvo que atracar en el muelle de “Los Pegasos”, para después ser llevado al astillero.

Era un demostrador de fuerza, hacía números con varias pesas y personas en su espalda, que podía llevar más de 100 kilos a cuestas.

En el mercado de Getsemaní, uno de esos días el gringo Stevenson, como lo llamaron, se encontró con Juancho Cote, este al verlo exclamó: Carajo semejante “acaba ropa” acabo de ver, servirá para amansa loco, pero no creo que tenga más fuerza que yo. Dicho y hecho, había un cazador de apuestas en el mercado que de inmediato cuadró el duelo para que se enfrentaran el gringo Stevenson y Juancho Cote. El cazador de apuestas, inició pregonando por todo el mercado que en plaza principal iba a darse el duelo para saber quién tendría más fuerza. Las boletas iniciaron a 100 pesos, y finalizaron en 500, debido a la gran afluencia de personas que querían ver semejante encuentro.

El duelo fue pactado a las 5 de la tarde en la plaza principal del mercado, por un lado, estaban los animadores de Juancho, y por el otro, muy pocos, por cierto, los que seguían desaforados al gringo. Juancho llegó descamisado, sudoroso y apretando sus mandíbulas, y sus puños, con la mirada fija en el gringo, aunque no era una pelea a puños, se estaba jugando su futuro y su prestigio como el tipo más “forzudo” del mercado, quien no tenía contendor.

Inició el desafío el gringo, quien se despachó dos bultos un bulto de cemento en cada hombro sin mucho esfuerzo, de inmediato la gente empezó a vitorearlo y exclamaban toda clase de epítetos a favor y en contra del gringo. Juancho se asombró mucho, pero de inmediato tomó dos bolsas en cada uno de sus hombros y se los puso, eran alrededor de 200 kilos más o menos, la gente gritaba y gritaba, pero el esfuerzo de Juancho fue mucho y tuvo que dejar caer los bultos de cemento. El gringo al ver semejante proeza trató de hacer lo mismo, pero cayó de inmediato al piso desmayado por tratar de intentarlo. La gente inició una gritería frenética a favor de Juancho Cote y lo levantaron en hombros y se lo llevaron por todo el mercado de Getsemaní.  

Desde ese día la vida de Juancho Cote, no fue la misma, se hizo famoso en el bajo mundo de las apuestas, y ganó dinero haciendo sus proezas en el mercado, donde obtuvo reconocimiento y mucha fama por su extrema fuerza.

Juancho falleció en el año 2000, cerca al caño Juan Angola, donde vivía con una de sus hijas, que lo atendía y lo cuidó hasta que murió. Nadie se acordó de este hombre después de muchos años, solo los más veteranos, que tenían negocios en el antiguo mercado, cuentan las proezas de Juancho, que según comentan, su único deseo era jugar béisbol, pero la pobreza no lo dejó, a pesa que un día tomó un bate con escasos 24 años, en el campo de la Salle, y según comenta el sociólogo Juancho Hernández, el lanzador era petaca Rodríguez, y conectó la pelota a más de 150 kms por hora, y donde todavía la están buscando. Petaca fue famoso, y le regaló ese día 10 pesos para que no dijera nada, de esta proeza, al mejor lanzador de Colombia en esos momentos.

Su tumba se encuentra en el cementerio de Manga, en un nicho regalado, porque su hija tampoco tuvo dinero para el sepelio. Lo que, si dicen los cuidadores del campo santo, es que es la única tumba que se le mueve la lápida la cual pesa más de 100 kilos…